Por Gustavo Traverso (Senador Frente de Todos)

Suele decirse que hay que darle tiempo a la historia para que los grandes acontecimientos tomen su verdadera dimensión. En pleno auge del inmediatismo, cuesta ubicar las cosas en su lugar para que lo efímero no desplace a lo trascendente.

La irrupción de Néstor Kirchner en las páginas de nuestra historia escritas sobre piedra impacta de manera decisiva en el presente. A 10 años de su despedida, ya no hay dudas de que se encuentra entre los líderes más influyentes de nuestra Patria y de los Movimientos Nacionales y Populares de Latinoamérica.

Recordarlo en estos momentos en que atravesamos una crisis de alcances inéditos, significa básicamente reivindicarlo. Porque se hizo cargo en una de las peores y porque hoy se presenta en nuestras memorias como una referencia ineludible.

Néstor representa, entre muchas otras cosas, la recuperación del Estado de manera concreta e incontrastable. Su obra se agiganta ante la conciencia crítica de un sistema político que se había acostumbrado a convivir con el posibilismo. Fue justamente él quien nos lideró para perforar los límites que habían impuesto las corporaciones y los poderes concentrados.

Provino de una «generación diezmada y con dolorosas ausencias», y en su nombre refundó la política con perspectivas transformadoras. Su gran legado, entonces, es la hoja de ruta para las complejas encrucijadas que vive hoy nuestra Patria.

El fastidio que genera en sus enemigos, es la medida exacta del fastidio de los dueños de la Argentina ante la sola posibilidad de discutir políticas distributivas y desarrollos sociales igualitarios.